Cristo cumple las promesas de Dios.
Cristo con su sacrificio quita el pecado y es el mediador del nuevo pacto a los que le recibieron y creen en su nombre.
Hebreos 9:1-28.
El primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal dispuesto en dos partes: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, donde habían varias cosas guardadas que daban testimonio de la santidad y los portentosos hechos de Dios en favor de Israel.
En el Lugar Santo funcionaban los sacerdotes para cumplir continuamente sus oficios del culto. Mientras en el Lugar Santísimo, solo podía entrar el sumo sacerdote, una vez al año, ofreciendo sangre por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo.
Las ordenanzas de culto del primer pacto, muestran los errores enormes de juicio y práctica que dejan culpa en la conciencia de las personas, no podía quitar la corrupción ni el dominio del pecado, tampoco saldar las deudas ni resolver las dudas del que oficiaba el servicio; solo liberaban al hombre externo de la inmundicia ceremonial y les daba algunos privilegios externos.
Dios Espíritu Santo con el tabernáculo daba a entender a Israel, que era un templo móvil, la situación inestable de la iglesia en la tierra; y con las ordenanzas de culto que aún no se manifestaba camino al Lugar Santísimo porque estaba en pie el Lugar Santo, donde los sacerdotes recibían del pueblo, becerros y machos cabríos para ser sacrificados, con cuya sangre, agua, lana escarlata e hisopo se rociaba para purificar todo. El pecado es el aguijón de la muerte que tiene su poder en la ley de Moisés, por medio de la cual se conoce el pecado. Tanto en el primer como en el nuevo pacto, todo pecado es purificado con sangre, sin la cual no hay remisión, debido a que la paga del pecado es la muerte.
Cristo, el Santo Sumo Sacerdote, Camino, Verdad, Vida, nos daría verdadera comida y bebida para nuestra alma, con el sacrificio de su cuerpo y el derramamiento de su sangre, así amó y lavó de sus pecados a los creyentes, los hizo reyes y sacerdotes para Dios su Padre, por su justicia perfecta e intercesión vencedora. El pueblo escogido de Dios, Israel, no pudo ver más allá de las formas exteriores del culto.
Todo lo bueno pasado, presente y futuro estuvieron y están fundamentadas, y nos vienen por el oficio de nuestro Señor Jesús, Sumo sacerdote que entró en el cielo de una sola vez por todas obtuvo la redención eterna; no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena.
Hoy con el evangelio es tiempo de reforma, tenemos mayor claridad de todo lo necesario saber de ese amor que sobrepasa todo entendimiento, que hace no tener mala voluntad a nadie y buena voluntad para todos; también, mayor libertad con el sello del Espíritu Santo de Dios que nos ha dado para comprender, compartir el evangelio y vivir en santidad, por la carne y sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo sin mancha ni pecado a Dios de una sola vez por todas para limpiar nuestra conciencia de obras exteriores vanas, para servir al Dios vivo y obtuvo la redención eterna.
Así como Dios estableció que el hombre muera una sola vez y después el juicio, también Cristo murió y llevó los pecados de muchos, resucitó por su justicia y santidad, ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios, luego aparecerá de nuevo para salvar a los que le esperamos.
Oremos: Dios Padre santo que estás en los cielos, venimos ante ti en el nombre de Jesús, dando gracias y alabando tu santo nombre porque eres bueno, misericordioso, fiel y clemente, por darnos esperanza más allá de la muerte, tú eres nuestro amparo y fortaleza, nuestro propio auxilio en las tribulaciones actuales. Amén.
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