El cumplimiento de la ley de Dios.

Juan 1.19-34.
       Juan bautizaba en Batábara, al otro lado del Jordan, cuando llegaron a él los sacerdotes y levitas, enviados por los fariseos, una secta de la religión de los hombres judíos, predominante en Israel, interesados en mantener su liderazgo, control y poder sobre el pueblo. Éstos, pues, llegaron no a bautizarse, sino a preguntarle quién era Juan, porqué y quién lo había enviado a bautizar. 
       Juan les respondió citando el cumplimiento de una profecía dicha por Isaías, que era el mensajero antes de la manifestación del Señor, que es antes y después de él y ya estaba entre ellos; enviado para bautizar en agua, anunciando que enderezaran el camino y prepararan sus corazones para no ser condenados por el Señor. 
       Al siguiente día, Juan bautizaba y Jesús vino a él, entonces dió testimonio de que Jesús es el Hijo eterno de Dios, a quien no conocía, pero Dios se lo reveló, le indicó que el Espíritu Santo vendría en forma de paloma e iba a permanecer sobre Jesús, tal como sucedió. 
       Todo lo que recibimos por Jesucristo es un favor que no merecemos, es por gracia sobre gracia. La ley de Dios es santa, justa y buena, adorna la doctrina de Dios, pero no podemos derivar de ella el perdón, la justicia o la fuerza. Como ninguna misericordia procede de Dios para los pecadores, sinó por medio de Jesucristo, ningún hombre puede ir a Dios Padre sinó por Jesús, el Cordero de Dios que se ofreció a sí mismo por los pecados del mundo, para todos los que creen en él y le han recibido. 
       ¿Has creído y recibido en tú corazón a Jesús como el Hijo de Dios? 
       Él dio su vida, entregó su cuerpo para ser castigado, crucificado y muerto por nuestros pecados. Ese castigo crucifixión y muerte lo merecemos nosotros, pero tomó nuestro lugar. 
       Cumplió por completo la ley, algo que no podemos, Dios aceptó su sacrificio, lo resucitó para nuestra justificación, porque no cometió ningún pecado y cumplió la justicia de Dios que lo hizo sentar con él en su trono y pelea hasta poner a sus enemigos por estrado de sus pies.
       Oremos: Dios Padre santo que estás en los cielos, venimos con alegría y humildad ante ti, en el nombre de Jesús Señor nuestro, reconociendo lo que hizo, haces y harás por medio de él, porque nos has amado y creado para tú gloria, honor y honra. Perdona nuestros pecados, cambia nuestra vida en la justicia y santidad de la verdad para caminar con Jesús eternamente. Gracias. Amén.

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