La nueva vida en Cristo.
Efesios 4.17-32.
Habiendo creído y reconocido la enseñanza verdadera con la autoridad de la palabra de Dios en Cristo Jesús como el Señor, no debemos vivir conforme a la vanidad de la mente del hombre que sigue la corriente del mundo, con ignorancia y sin sensibilidad en su corazón endurecido por el pecado. Pues Dios quien es santo y perfecto, nos llama a ser conformados a la imagen de Jesús su unigénito Hijo.
La religión del hombre está dominada por Satanás, a través del mundo que promueve en el hombre los deseos de: los ojos, la carne y la vanagloria de la vida. Con toda una estrategia milenaria basada en vanas filosofías, huecas sutilezas, doctrinas, tradiciones y rudimentos de los hombres y del mundo. Todo esto nos ha afectado totalmente y se manifiesta en nuestra manera de pensar, conversar y actuar.
La realidad es que somos esclavos y hay dos amos, sólo a uno podemos servir. Por naturaleza somos esclavos del pecado, la mentira, el homicidio, el robo, la maldad, por esa causa fue maldita la tierra y entregada al poder de Satanás.
Por eso el unigénito Hijo de Dios apareció para deshacer esas obras del diablo y llevarnos a una vida según Dios en la justicia y santidad de la verdad.
Lo primero que hace es renovar nuestra mente, abre nuestros ojos y oídos espirituales para que veamos la realidad, oigamos la voz de Dios y la del adversario; debido a que el pecado es condenado a la muerte, para eso Jesús, en lugar nuestro, padeció, murió en la cruz, fue sepultado por nuestro pecado y resucitó para nuestra justificación, así desató el poder del pecado y la muerte, nos libera para elegir a quien obedecer, si al diablo para muerte o a Dios para vida.
Sí recibimos en nuestro corazón y creemos en el nombre de Jesús como el Hijo unigénito de Dios, nos adopta como hijos, Jesús envía del Padre su Espíritu Santo para estar con y en nosotros el resto de nuestras vidas, nos va dando forma conforme a la semejanza de Cristo en un proceso de santificación en el que batallamos contra el diablo, el mundo y la carne en el poder de Dios.
Así somos salvos en esperanza con perseverancia y paciencia en medio de las pruebas de esta vida terrenal, solo por la gracia, la fe, la palabra de Dios, Cristo y solo para la gloria de Dios.
Oremos: Dios Padre santo que estás en los cielos, venimos ante ti en obediencia y humildad, en el nombre de Jesús, para pedir perdón por nuestros pecados, hemos batallado Señor, algunas veces hemos perdido y otras ganado, pero sabemos que enmedio de todo, tú estás con nosotros y has vencido, para que tengamos amor, fe y esperanza sólo en ti. Gracias por tu sacrificio en la cruz que hiciste de una vez y para siempre por nosotros. Amén.
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