¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? - Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Mateo 16.13-28.
Jesús llevó a sus discípulos a la región de Cesárea de Filipo, ubicada en el extremo norte de Galilea, cerca del Monte Hermón, fue un bastión de los antiguos demonios-dioses de los imperios de: Siria, Grecia y Roma; allí les preguntó ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Los hombres por naturaleza somos adoradores. Desde el principio nos apartamos del nuestro Creador, el único Dios verdadero, siempre hemos transgredido su mandamiento de amor y escondido de Él. Génesis 3:8.
Así, se fueron agrupando familias con creencias religiosas comunes, formaron pueblos y reinos conforme a sus capacidades. Génesis 6:4.
El Señor vió a los hombres y no halló ninguno que lo busque a Él. Todos nos corrompimos, cada uno buscó el camino que mejor le pareció. Salmo 53:1-3.
En ese sendero buscamos hacer nuestra voluntad, no lo que a Dios agrada. Usamos la fuerza para robar, matar y destruir a quien se interpone en nuestros planes ególatras guiados por Satanás, Génesis 4.1-15.
En el transcurso de la historia fuimos desarrollando y encontrando maneras más sofisticadas para someter a los demás, dado que al multiplicarse la humanidad, se requirió un control más inteligente, se tuvo que involucrar y dar oportunidad a otros para manejar los territorios bajo principios de lealtad y confianza. Se les asignó responsabilidades y delegó autoridad para actuar e informar. Se usó de políticas, alianzas, pactos, convenios usando la diplomacia , bajo sentencia de pena o muerte de los traidores. Éxodo 18:13-24.
En este proceso se forman dos grupos: los gobernantes y los gobernados. Entre el grupo gobernante están los que no tienen sentimientos, creen y buscan el poder como fin supremo, son racionales materialistas y pragmáticos, no creen en lo sobrenatural de la religión. También están los legalistas, formalistas, ceremonialistas, que creen en lo sobrenatural, se dirigen por el espíritu y los ángeles. Hechos 23:8. Pero ambos grupos de gobernantes buscan el poder a su manera y se lo reparten.
Entre los gobernados, está el pueblo que buscan espacios para ir mejorando sus condiciones de trabajo y vida, forman alianzas internas y externas que surgen de manera coyuntural en la medida que se avanza en diferentes áreas del conocimiento y desarrollo humano. Mateo 9:36.
Buscando por sí misma, la humanidad a hallado fuerzas en ideas, creencias y con la observación de la naturaleza: la tierra, el mar, la fauna, la flora, los grandes abismos, los volcanes, el fuego, los vientos, el cielo, los astros celestes, entre otros. Algunos fenómenos naturales ocasionales muestran un poder desbordante que incapacita el control del hombre y lo deja inútil en las calamidades. Esta situación lo ha llevado al politeísmo, la idolatría, la adoración o veneración de dioses creados por su misma experiencia e imaginación, demonios. Hechos 17:16-32.
Ante nuestra incapacidad e ignorancia, Dios se reveló al hombre de dos maneras, una general en la creación, con todo ese desbordamiento de poder en la naturaleza; y la otra, es la revelación especial al mundo a través del pueblo de Israel, en lo que hoy conocemos como la Santa Biblia, la palabra escrita de Dios que es una compilación de 66 escritos antiquísimos de diferentes autores, épocas, contextos y lugares. Estos han llegado a agruparse en dos partes: 1) Antiguo y 2) Nuevo Testamento o Pacto. Tienen una unidad de pensamiento estructural sobrenatural, concuerdan entre sí, narran la historia desde el principio hasta el final, el autor central es Dios que hace todo en todos, con base a su plan y su máxima expresión, su misma esencia se revela en la persona de Jesús, que transmite amor, paz y justicia de Dios a los hombres. Jesús preguntó a sus seguidores: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Estando en la región de Cesárea de Filipo, y por su creencia judía, sus seguidores le respondieron: unos, Juan el Bautista; otros, Elías; otros Jeremías o algún otro de los profetas. Con estas respuestas manifiestan la creencia milenaria de los hombres en la reencarnación, transmigración o metempsicosis, que la definen como el renacimiento del alma después de la muerte, especialmente en otro cuerpo humano; algo que los judíos y cristianos rechazan por completo, a diferencia de la resurrección que es la vuelta a la vida de alguien que ha muerto.
Entonces Jesús les preguntó a sus discípulos: Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?
Pedro respondió, se apartó de las creencias de los hombres y afirmó: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Mateo 16:16.
La respuesta de Pedro no fue de él, sinó una revelación directa de Dios Padre y confirmada por el Dios Hijo. La afirmación de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, es la roca sobre la cual Dios (no el hombre) edifica su nueva iglesia, su familia, su pueblo, su Nuevo Pacto, contra el cual nada ni nadie ni el infierno mismo con todo su amo y poder, prevalecerán. Así, se estableció el camino de aceptación y salvación, la regla de obediencia, el carácter y experiencia del creyente, también la condenación y final de los incrédulos e hipócritas. En éstos asuntos, su decisión es recta. Toda pretensión humana de atar y desatar los pecados de los hombres, es blasfema y absurda. Nadie, sólo Dios puede perdonar pecados. Atar y desatar en el lenguaje judío, significaba prohibir y permitir o enseñar lo que es legal o ilegal.
Luego de la confesión de los discípulos de que Jesús es el Hijo de Dios, comenzó a explicarles el sufrimiento que él pasaría. Pedro quiso que Jesús aborreciera el sufrimiento tanto como él, pero es un error medir el amor y la paciencia de Cristo por los nuestros. Jesús les previno lo que padecería para corregir los errores de sus discípulos sobre la pompa y poder externos de su reino.
No debemos esperar cosas grandes ni elevadas en este mundo. Negarse a uno mismo. La tentación al pecado debe ser resistida y repudiada de inmediato. Quienes renuncian a sufrir por Cristo saborean más las cosas del hombre que las de Dios. Sí amamos a Jesús debemos guardar su palabra, seguir su camino como él lo anduvo, guiados por su Espíritu y no por los deseos de la carne ni del mundo ni del diablo.
Nuestro Señor Jesucristo fue sin pecado, pero su propia voluntad en obediencia al Padre y para salvarnos, fue castigado y cargó su cruz hasta la muerte por nuestros pecados de una vez y para siempre. Nosotros también como pecadores sufrimos algunos padecimientos que quizás ya no soportamos, rogamos una y otra vez a Dios que nos los quite, pero siguen allí. El apóstol Pablo sufrió esa situación, pero comprendió que era la voluntad del Señor, porque en ese dolor dió testimonio del poder de Dios y lo hizo humilde, para no pensar más de lo que era: un pecador rescatado por la pura gracia y la fe recibida de Dios, 1 Timoteo 1:15.
Cualquier objeto por el que dejamos a Cristo, ese es el precio con el que Satanás compra nuestra alma, ya sea la ganancia más frívola o la indulgencia más indigna, ya sea por pereza o negligencia.
Seguir a Cristo Jesús Señor nuestro, es andar, en el Espíritu, en el camino de la fe con plena seguridad de lo que se espera y la confianza en lo invisible, con el fundamento firme de la palabra escrita de Dios: la Santa Biblia. Ante lo cual, el valor de lo terrenal se desvanece y Cristo nos muestra el valor inapreciable del alma que nos ha dado.
Aprendamos a valorar nuestra alma y a Cristo como el único Salvador de ellas.
Oremos: Padre santo que estás en los cielos, venimos con alegría y humildad ante ti, en el nombre de Jesús Señor nuestro, confesando la gracia y fe que nos has dado, pidiendo tu ayuda para perseverar hasta el final. Amén.
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