La justicia que es por la fe.
Romanos 10:1-13.
No podemos evitar el anhelo de nuestro corazón y oración a Dios por la salvación de nuestros seres queridos, que profesan un celo de Dios, pero sin ningún conocimiento verdadero de Dios.
Tienen un conocimiento vano de las Sagradas Escrituras, al ignorar el fundamento de las mismas. Se creen superiores y con derecho a sentarse en la cátedra de Moisés, imponiendo cargas pesadas sobre los demás, pero ellos no las llevan ni aún tocan, de esa manera no se sujetan a la justicia verdadera de Dios y procuran establecer la suya propia.
Nadie puede evadir su responsabilidad personal delante de Dios aún siendo elegido.
La ley descrita en las Sagradas Escrituras es santa, justa y buena, no hay nada que añadir ni quitar, es perfecta como lo es el Señor.
En la ley, la muerte tiene poder y su aguijón es la transgresión, que es el pecado, del que todos participamos, así somos contados como ovejas al matadero, su mero conocimiento no nos hace superiores, sino que descubre nuestro pecado.
El único Dios verdadero se ha revelado de manera especial en la Santa Biblia cuyo centro, desde el inicio hasta el final, es nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Él vino a cumplir la ley, algo que ningún humano puede hacer y nos causa la muerte.
Al no arrepentimos por los pecados cometidos contra Dios ni creer en el evangelio del reino de los cielos que se ha acercado, estamos muertos y condenados.
Todo lo que hagamos para la expiación de nuestros pecados, no nos justifica delante de Dios; cuando el pecado nos hiere debemos recibir y creer en el nombre de Jesús, con la certeza de que Dios hace la obra en nosotros y la perfeccionará hasta el final.
El fundamento de nuestra relación con Dios no es la ley, sino sólo la fe en nuestro Señor Jesucristo y sólo en él. No tenemos que subir al cielo ni bajar al abismo para alcanzar la justicia de Dios que es Cristo, sólo creemos y recibimos la palabra de Dios que es espíritu y es vida. Juan 6:53.
Confesar que Jesús es el Señor, es estar de acuerdo con el testimonio que Dios ha dado de su unigénito Hijo, creer con nuestro corazón (no sólo con el intelecto) que le resucitó de entre los muertos, le ha dado todo poder y autoridad en los cielos y en la tierra. De tal manera que descansamos con total confianza, seguridad, dependencia y esperanza en Jesús como nuestro Señor.
Confesión y fe resultan en justicia y salvación, porque todo aquel que invoca el nombre del Señor no será avergonzado, sino salvo. Esto es simple y una afrenta para el incrédulo obtener así la justificación de Dios, porque no tiene base en la nacionalidad, etnia, mérito o lo que el hombre haga, sino que depende de Dios que es soberano, no hace acepción de personas y tiene misericordia del que quiere.
Oración: Dios y Padre santo que estás en los cielos, venimos ante ti invocando el nombre de Jesús como Señor nuestro, en total y absoluta confianza, dependencia, esperanza con la seguridad en tú palabra de que no seremos avergonzados, sinó salvos. Lo recibimos Señor con gratitud, dando la gloria, el honor y la honra debida a ti. Amén.
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