Cristo es mediador del actual y mejor pacto que quita el pecado.
Hebreos 10:1-25
La ley mosaica es la sombra de Cristo, él es la imagen misma de Dios, por la fe en su sacrificio perfecto es el único camino, verdad y vida (Juan 14:6), por quien nos acercamos y ser aceptados ante Dios.
Nadie ni nada que hagamos o inventemos, puede sustituir la sangre vertida en la cruz por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados y la salvación (Hechos 4:12, Romanos 3:19-20 5:6. Efesios 1:7).
En Cristo fuimos creados desde antes de la fundación del mundo por la palabra de Dios para ser guiados por la ley a Cristo (Romanos 10:3-4. Gálatas 3:24), quitar lo viejo por lo nuevo (Efesios 4:17-32): hacer su voluntad, no la nuestra, así el Espíritu Santo nos santifica, según la Santa Biblia.
Cristo, después que ofreció una sola vez su vida en sacrificio perfecto por el pecado, su justicia y sacrificio son de poder eterno, su salvación jamás se quitará. Hoy Jesús está sentado a la diestra de Dios, hizo, en la eternidad, perfectos para siempre a los santificados y espera que sus enemigos caigan rendidos a sus pies.
En nuestro tiempo, el Espíritu Santo da testimonio por la Santa Biblia, conforme al nuevo pacto, poniendo su ley en nuestros corazones y la escribe en nuestra mente, sin acordarse más de nuestros pecados y transgresiones, de los que hemos sido redimidos por la sangre de Cristo.
Por la plena certidumbre de la fe en el nombre y la sangre vertida por nuestro Señor y Sumo Sacerdote Jesucristo, podemos entrar con libertad en la presencia de Dios, sin más ofrendas ni sacrificios por el pecado, sino con corazones sinceros, puros, limpios, sin mala conciencia, llenos de gratitud y alabanza por su misericordia y fidelidad hacia nosotros que es para siempre, por eso su pueblo se congrega, para apoyarse y estimularse unos a otros tanto al amor como a las buenas obras.
Oremos: Dios y Padre santo concédenos buscar el interés por el sacrificio de Cristo y su sello en nuestras almas por la santificación del Espíritu para obediencia a la fe. Gracias, oh Dios, por esa salvación tan grande que nos has dado al ofrecer a tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en propiciación por nuestros pecados para quienes lo hemos recibido y creído en su nombre. Amén.
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