Quiero estar contigo, Jesús.
Juan 14.1-14.
La incertidumbre y desconcierto se apoderó de los discípulos de Jesús. Entraron triunfantes con él en Jerusalén, la multitud con ramas de palmera, salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (S.Juan 12:13).
Luego unos griegos lo buscaron. Habló a sus discípulos sobre la vanidad de la vida, que la muerte está establecida una vez para los hombres, por eso debemos servir con sinceridad a Dios, dado que después vendría el juicio conforme a su palabra. Les anunció su inevitable muerte, sufrieron la incredulidad y asechanzas de los judíos, después como un esclavo les lavó sus pies siendo su Maestro y Señor, les mandó amarse los unos a los otros allí les anunció la traición de Judas y la negación de Pedro.
¿Qué tal la verdad, para un pueblo pobre, oprimido, al ver y escuchar a su Mesías por quien dejaron todo? ¿Y qué pasó? ¡Nada! ¡Sólo la celebración!
Jesús, les animó que estuvieran tranquilos y no llenaran sus corazones de preocupaciones, que creyeran tanto en Dios como en él, sabía lo que estaba haciendo y preparando un lugar para ellos en el cielo, más esplendoroso que la tierra. Ya les había enseñado a donde iba y el camino.
Tomás le manifestó que no sabía el camino, les respondió: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi, quien lo conoce han visto al Padre
Con todo, Felipe, sin entender la respuesta, le preguntó que les bastaba mostrar al Padre. Jesús le respondió que había estado mucho tiempo con ellos, les enseñó y vieron sus obras, aún así no creyeron que era Dios en persona que hablaba, moraba y hacía las obras por él.
Jesús también les dijo que ellos harían obras mayores porque él iba al Padre y luego los llevaría a su morada.
Tal como ellos, nosotros mismos estamos ciegos, no lo vemos, por la corrupción, contaminación y tinieblas de este mundo; pero en su gran misericordia, Dios bendito nos hizo renacer por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo de los muertos para una esperanza viva, herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible reservada en los cielos para nosotros que nos guarda mediante la fe por el poder de Dios (1 Pedro 1:3-5).
Oremos: Bendito Dios padre celestial, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, nos acercamos a ti, con alabanza, gratitud, como tú pueblo reconociendo que tú eres nuestro Creador, Señor, Redentor, Padre y Juez. Tú misericordia y verdad son por todas las generaciones. Amén.
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