Sé hombre.
Texto de las Sagradas Escrituras:
[1]Llegaron los días en que David había de morir, y ordenó a Salomón su hijo, diciendo: [2]Yo sigo el camino de todos en la tierra; esfuérzate, y sé hombre. [3]Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas; [4]para que confirme Jehová la palabra que me habló, diciendo: Si tus hijos guardaren mi camino, andando delante de mí con verdad, de todo su corazón y de toda su alma, jamás, dice, faltará a ti varón en el trono de Israel. 1 Reyes 2: 1-4
Meditación:
El anhelo del cristiano es ser el hombre que Dios desea.
La Santa Biblia, la palabra escrita de Dios es la revelación que él nos ha dado, narra la historia verdadera de la creación y la humanidad.
En la historia, Dios ha trabajado con la humanidad lo reconozca, sea consciente o no, pero en general, los cielos, el firmamento, los días, las noches, el sol dan testimonio de él (Salmo 19).
El Señor es el actor y testigo principal de la creación e historia de la humanidad.
Desde la primera pareja y las civilizaciones posteriores hasta el final... hemos sido necios en negar su existencia o inventar una infinidad de teorías sobre él.
Ante esta situación, el Señor escogió a Abraham de entre todos los hombres, de éste formó una nación: Israel para revelarse a la humanidad tal cual es, pero por nuestra condición de pecado, cuando les dio los diez mandamientos sintieron miedo de morir, pidieron que era mejor un interlocutor y no una comunicación directa (Deuteronomio 5: 23-29. Salmos 14: 2-4. Romanos 3: 10-18).
Dios escogió a Israel como su testigo, no porque ese pueblo sea más que los demás pueblos, sino por su elección soberana, los adoptó, les dio ese honor, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; escogió a los patriarcas de quienes, según la carne, vino Cristo (Deuteronomio 4: 3 y 7: 7-8. Isaías 43: 10 y 44: 8. Romanos 9: 4-5).
Ese hilo histórico de hombres escogidos por el Señor, ha venido forjando el ideal de la sociedad humana.
Dios escogió a hombres insignes como Abraham, Isaac, Israel y sus doce hijos que son los patriarcas de las tribus de la nación. A la tribu de Judá le dio el cetro de legislación de la nación (Génesis 49: 10). De Judá, el Señor escogió a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud en Egipto, los guió en el desierto, dio leyes y mostró la tierra prometida.
Moisés, antes de morir designó a Josué como líder de la nación para tomar posesión de la tierra, éste cumplió con su misión y murió, la nación quedó sola asediada por sus enemigos, rogaron al Señor y eventualmente levantó jueces para liberarlos. Samuel fue el último juez.
Al envejecer, Samuel nombró a sus dos hijos como jueces de Israel pero el pueblo los rechazó porque eran avaros, recibían sobornos y pervertían el derecho (1 Samuel 8: 1-3); entonces pidieron rey para gobernar la nación como las demás lo tenían.
El Señor a través de Samuel, escogió y ungió a Saúl como el primer rey pero fue inestable, desobediente y siguió sus propios caminos, eso provocó que el Señor lo desechara del reinado, por tanto envió al profeta Samuel a Belén donde un hombre llamado Isaí y ungió a su hijo menor llamado David como rey de Israel.
David cuidó el rebaño de ovejas de su familia, esa labor consiste en la revisión del estado físico del establo, las instalaciones y los animales, darles vitaminas, desparasitantes, limpieza, sacarlas al aire libre para pastar y beber agua, protegerlas de los depredadores: lobos, leones, osos y otras fieras carnívoras del campo. Allí se formó como hombre y pastor, tuvo la oportunidad de observar y enfrentar las fuerzas de la naturaleza, analizar los seres vivos, meditar sobre el sentido y valor de la vida, conocerse a sí mismo, sobretodo a Dios, oír su voz.
Desde que el profeta Samuel ungió a David como rey de Israel hasta la muerte del rey Saúl, éste le tuvo envidia y temor, intentó matarlo, tuvo que huir, fue perseguido y esconderse para no ser atrapado y asesinado; también padeció una serie de pruebas muy difíciles, batallas con los enemigos del pueblo así se dio a conocer, ganó el aprecio y se convirtió en líder nacional. Siendo rey enfrentó la lucha interna por el poder por sus propios hijos, fue exiliado, tuvo guerra con naciones enemigas, deseosas de apoderarse de sus territorios y hacer esclavos a su gente. En resumen fue un varón de guerra, un luchador.
Desde que la primera pareja de humanos cayó en el pecado por su desobediencia a Dios, el hombre trató de ganar el favor divino, al no lograrlo sintió envidia y rabia, llegó a matar a quienes lo obtuvieron,. Así sucedió con Caín y su hermano Abel, así ocurren las guerras internacionales.
David experimentó todas esas luchas, por tanto, antes de morir, mandó a su hijo Salomón ser un hombre esforzado como todos en la tierra, guardar los preceptos, andar en los caminos, observar los estatutos, mandamientos, decretos y testimonios de Dios como está escrito en la ley de Moisés, para prosperar en todo lo que hiciera y emprendiera.
Salomón gozó de la paz que su padre obtuvo con mucho dolor, este ambiente nacional e internacional facilitó el progreso material de la nación, pero al final se corrompió, se hizo idólatra y murió. Después su hijo Roboam le sucedió en el trono, pero también se corrompió y provocó la división de la nación (1 Reyes 12: 1-24). Así transcurrió la historia de ese pueblo, tuvieron reyes temerosos del Señor y otros no, vivieron en guerra, vencidos por sus enemigos, castigados por su rebelión... pero siempre les envió profetas fieles, verdaderos hombres que denunciaron su apostasía y la del pueblo, los llamaron al arrepentimiento, a obedecer la fe para su restauración.
En conclusión, ser hombre no consiste en dar rienda suelta a nuestras pasiones y deseos, siguiendo la corriente del mundo como los hijos de Samuel que fueron tras la avaricia, el soborno y pervertían el derecho. Todos debemos seguir los principios y valores más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe en nuestro Señor Jesucristo que es vida, verdad, nos da acceso libre y seguro al trono de Dios haciendo posible nuestra santificación por obra y gracia del Espíritu Santo según su glorioso evangelio.

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